C.H. Spurgeon

Él es el que perdona todas tus iniquidades, el que sana todas tus enfermedades; el que rescata de la fosa tu vida, el que te corona de bondad y compasión; el que colma de bienes tus años, para que tu juventud se renueve como el águila.

Él es quien perdona todas tus iniquidades

Aquí comienza David su lista de bendiciones recibidas, que presenta como las razones de su alabanza. Selecciona unas pocas de las perlas más preciosas del cofre de amor divino, las enhebra en el hilo de la memoria, y las coloca en el cuello del agradecimiento. El pecado perdonado es, según nuestra experiencia, uno de los estímulos más especiales de la gracia, uno de los primeros regalos de su misericordia; de hecho, la preparación necesaria para disfrutar de todo lo que viene después. Hasta que la iniquidad es perdonada, la sanidad, la redención y la satisfacción son bendiciones desconocidas. El perdón es primero en el orden de nuestra experiencia espiritual, y en algunos sentidos, primero en valor. El perdón concedido está en tiempo presente: “perdona”, es continuo porque sigue perdonando, es divino porque es Dios quien lo da, abarca mucho porque nos quita los pecados; incluye los pecados de omisión al igual que de comisión, pues ambos son iniquidades; y es muy eficaz, porque es tan real como la sanidad y el resto de las misericordias con las que es colocado.

El que sana todas tus dolencias

Cuando la causa desaparece, concretamente la iniquidad, los efectos cesan. Las enfermedades del cuerpo y del alma aparecieron en el mundo por el pecado, y cuando el pecado es erradicado, las enfermedades corporales, mentales y espirituales desaparecerán hasta que: “No dirá el morador: Estoy enfermo” (Isa. 33:24). El carácter de nuestro Padre celestial tiene muchas facetas, pues, habiendo perdonado como juez, luego sana como médico. Es todo para nosotros cuando llevamos a él nuestras necesidades y nuestras enfermedades, éstas lo revelan en nuevas facetas.

Dios da eficacia a los medicamentos para nuestro cuerpo, y su gracia santifica el alma. Espiritualmente, estamos diariamente bajo su cuidado, y nos visita como el cirujano visita al paciente; sanando (porque esa es la palabra exacta) cada dolencia a medida que aparece. Ninguna enfermedad de nuestra alma sobrepasa su habilidad, él sigue sanando todo y continuará haciéndolo hasta que el último vestigio de mancha ha desaparecido de nuestra naturaleza. Las dos “todas” de este versículo son más razones para que todo lo que tenemos en nuestro interior alabe al Señor. El salmista estaba disfrutando personalmente de las dos bendiciones mencionadas en este versículo, no se refería a la experiencia de otros, sino de él mismo, o mejor dicho de su Señor, quien lo perdonaba y sanaba cotidianamente. Tiene que haber sabido que así era, de otro modo no hubiera podido cantar de ello. No tenía ninguna duda al respecto, sentía en su alma que así era, y, por lo tanto, instó a su alma perdonada y restaurada a bendecir al Señor con todas sus fuerzas.

El que rescata del hoyo tu vida

Por su compra y su poder, el Señor nos redime de la muerte espiritual en que habíamos caído, y de la muerte eterna que hubiera sido su consecuencia. Si no se hubiera quitado la pena de muerte, nuestro perdón y saneamiento hubieran sido porciones incompletas de la salvación, sólo fragmentos, y de poco valor. Pero la eliminación de la culpa y del poder del pecado sucede perfectamente al anular la sentencia de muerte que habíamos recibido. Gloria sea a nuestro gran sustituto quien nos libró de caer en el hoyo, al darse a sí mismo para ser nuestro rescate. La redención será siempre una de las notas más dulces del canto agradecido del creyente.

El que te corona de favores y misericordias

Nuestro Señor no hace las cosas a medias, no detendrá su mano hasta haber hecho todo lo posible por su pueblo. Limpieza, sanidad, redención, no bastan, los hará reyes y los coronará, y la corona es mucho más valiosa que si hubiere sido hecha de cosas corruptibles, como la plata y el oro; está adornada de gemas de gracia y forrada con el terciopelo de su bondad; está decorada con las joyas de misericordia, pero forrada con ternura que la hace suave al usarla en la cabeza. ¡Quién es como tú, Señor! Dios mismo corona a los príncipes de su familia, porque las mejores cosas proceden directa y distintamente de él. La corona no se gana, porque es por gracia, no por mérito. Sienten que no son dignos de ella, por lo tanto, siempre los está coronando poniendo en sus sienes la diadema de misericordia y compasión. Siempre corona la obra que inicia, y donde da perdón da también aceptación. Nuestros pecados nos privan de todos nuestros honores; la confiscación de nuestros bienes ha sido decretada contra nosotros como traidores; pero Aquel que quita la sentencia de muerte al redimirnos de la destrucción, nos devuelve más que nuestros honores de antes al volver a coronarnos. ¿Nos coronará Dios y no vamos nosotros a coronarlo a él? Levántate, alma mía, pon tu corona a sus pies, y adóralo con la más humilde reverencia, a él que tanto te ha exaltado al sacarte del estercolero y colocarte entre los príncipes.

El que sacia de bien tu boca

O más bien “llena de bien tu alma”. Nadie más está lleno de satisfacción excepto el creyente, y sólo Dios mismo puede satisfacerlo aun a él. Muchos mortales están saciados, pero ninguno está satisfecho…De modo que te rejuvenezcas como el águila. La renovación de las fuerzas, que equivale a sentirse revivido, le fue dada al salmista; fue rejuvenecido, y se veía tan vigoroso como un águila cuyos ojos pueden mirar directamente al sol, y cuyas alas pueden remontar más alto que la tormenta.

Información facilitada por Chapel Library, 2603 W. Wright St., Pensacola FL 32505, www.chapellibrary.org. Escribir para obtener copias impresas de los escritores antiguos, sin costo alguno. Derechos de autor Chapel Library: anotaciones.

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