No corren buenos tiempos en el terreno económico. El notable aumento de la inflación, las subidas astronómicas de las hipotecas, la creciente morosidad y otros factores están creando un sombrío panorama en nuestro país. Si a esto añadimos los malos augurios del FMI para los próximos años, la situación no está para tirar cohetes que digamos.
En esta época de vacas flacas, son muchos los que ya han empezado a hacer recortes en sus presupuestos y en sus gastos, y esto siguiendo ciertos criterios. Ante todo hay que prescindir de lo más superfluo: comidas en restaurantes, cines, ocio, etc. Aun en artículos de primera necesidad, como la alimentación, los consumidores optan por los productos más económicos, dejando a un lado las cigalas, los bogavantes y la comida exótica en general.
Se supone que los cristianos en general se rigen por parecidos criterios en estas cuestiones, pues solo hace falta un poco de sentido común para aplicar esta filosofía. Lo que muchos no tienen claro es si los recortes deben aplicarse a los productos espirituales, como, por ejemplo, la literatura cristiana. Decimos esto porque en nuestra experiencia hemos podido constatar con tristeza que, en tiempos de dificultades económicas, uno de los primeros recortes tiene que ver con libros y revistas cristianos. Algunos dejan de ser socios de nuestro club y otros dejan de comprar nuestros materiales. Es comprensible que, en dichas circunstancias, haya que reducir el gasto; pero lo que no alcanzamos a comprender es el recorte total que se produce en algunos casos. Quizá no renuncien a su café en el bar o alquilar una película, por poner un ejemplo, pero les resulta excesivamente oneroso gastarse 5 euros cada tres meses en un libro cristiano. Algo no anda bien cuando un creyente actúa así.
Un desafío en este sentido lo tenemos en la acción del profeta Jeremías, quien compró un campo porque se lo mandó Dios, cuando la tierra iba a caer en manos de los caldeos (cf. Jer. 32:25). Humanamente, no fue una buena inversión, pero a los ojos de Dios sí lo fue.
Comprar buena literatura cristiana puede parecer superfluo para el mundo, pero para el cristiano es una buena inversión: alimenta el alma, fortalece la fe, aumenta el amor, aviva la esperanza. Y si la adquirimos para regalarla a otros, les estaremos haciendo mucho más beneficio que con cualquier objeto material.
Cortesía de Editorial Peregrino. Derechos Reservados. Publicado con permiso.





