Albert N. Martin
(a) Pasan por alto el hecho de que en la Escritura
Dios dirige todas nuestras facultades con mandatos que hemos de cumplir
“Poned la mira en las cosas de arriba” (Col. 3:2). ¿Quién se supone que ha de hacer eso: tú o Dios? ¿Dijo el Señor Jesús: “Si tu mano derecha te es ocasión de pecar… confía en que Cristo mora en ti para hacerla pudrirse”? ¡No! “Si tu mano derecha te es ocasión de pecar, córtala y échala de ti” (Mt. 5:30). ¡Tú tienes que hacerlo! Esto va dirigido a ti. Pablo dijo: “golpeo mi cuerpo, y lo hago mi esclavo, no sea que habiendo predicado a otros, yo mismo sea descalificado” (1 Co. 9:27). ¿Dijo él que el Cristo que moraba en él lo hacía? ¡No! “¡[Yo] golpeo mi cuerpo…!” “Presentaos […] a Dios como instrumentos de justicia” (Ro. 6:13). ¡Tú tienes que hacerlo! Podría citar docenas de textos en que se interpela cada facultad del cuerpo y de la mente; por ejemplo: “Huid de la fornicación”. Cómo huyes de ella? Dios dice que la mejor manera de evitar la fornicación es la utilización de tus pies.
(b) Se nos dice que la mortificación es nuestra responsabilidad por el Espíritu
Pablo dice: “Si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis” (Ro. 8:13).1 Todas las descripciones bíblicas del cultivo positivo de las virtudes cristianas nos muestran que es nuestra responsabilidad cultivarlas: por ejemplo: “Por esta razón también, obrando con toda diligencia, añadid a vuestra fe virtud, y a la virtud, conocimiento, y al conocimiento, dominio propio…” (2 P. 1:5). Tú y yo hemos de poner nuestros afectos, nuestras mentes, en las cosas de arriba: “El que dice que permanece en Él, debe andar como Él anduvo” (1 Jn. 2:6). Hemos de andar en el Espíritu (Gá. 5:16). Hemos de seguir las pisadas de Cristo (1 P. 2:21). El cultivo positivo de la virtud exige el uso de todas nuestras facultades. Las imágenes bíblicas predominantes de la vida cristiana son militares y atléticas.
Esto está ilustrado por muchos textos. Pero un texto en particular resume la enseñanza –Filipenses 2:12–; quizá el texto más útil en toda la Biblia sobre este tema: “Así que, amados míos, tal como siempre habéis obedecido [nótese que no dijo: “tal como el Cristo que mora en vosotros ha vivido siempre su vida a través de vosotros”], no sólo en mi presencia, sino ahora mucho más en mi ausencia, ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es quien obra en vosotros tanto el querer como el hacer, para su beneplácito”.
Notemos la enseñanza básica. El imperativo es éste: “Ocupaos en vuestra salvación”. Pablo no dice: “Ocupaos en lograrla”. Ellos eran personas perdonadas. Han de ocuparse en las implicaciones; han de ocuparse en la culminación de esta salvación que es suya en Cristo. Y han de hacerlo con temor y temblor, es decir, sintiendo la mirada de Dios sobre ellos, y conscientes de la seriedad de la tarea. ¿Por qué? “Porque Dios es quien obra en vosotros tanto el querer como el poder, para su beneplácito” (v. 13). La obra de Dios en la gracia me capacita tanto para querer como para hacer, y es porque obra en mí el querer y el hacer por lo que puedo ocuparme en mi salvación con temor y temblor.
Bien, ¿obra Dios, u obro yo? Su obra y mi ocupación son realidades concurrentes. Su obra se manifiesta en mi ocupación, y mi ocupación es la demostración de su obra. ¿Ves la belleza que tiene esto? Nuca tengo que temer de que yo me ocuparé más de lo que Él obra en mí. Nuestra “ocupación” nunca puede superar la “obra” de Dios.
Otro texto en Filipenses desarrolla este tema: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (4:13). Pablo dice: “Puedo”. ¿Cuánto puedes hacer, Pablo? “Todo”. En este contexto, “todo” se refiere a todas las cosas necesarias para responder a la providencia de Dios. El apóstol dice: “A veces tengo necesidad, a veces tengo abundancia. A veces tengo que aprender lo que es estar gozoso cuando estoy tan hambriento que mi estómago toca una melodía sobre mi columna vertebral. En otras ocasiones estoy tan lleno que me pregunto si quizá esté al borde de la excesiva indulgencia, pues he sido bendecido con tanto”. “Pero”, dijo, “tanto si aprendo cómo padecer necesidad o cómo tener abundancia en una manera piadosa, puedo hacerlo todo”. “Lo hago, pero lo hago mediante Aquel que me fortalece desde dentro”. “Con Cristo he sido crucificado, y ya no soy yo el que vive […] y la vida que ahora vivo en la carne […]”. ¿Quien vivió la vida de Pablo en la carne: Cristo o Pablo? Pablo lo hizo. Pero al responder nos dice: “La vivo por fe en el Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí (Gá. 2:20).
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