Jorge E. Castañeda D.
La conciencia del cristiano debe ser esa fortaleza inexpugnable por elementos ajenos a su fe. Como creyentes hemos recibido un llamado del cielo, que incluye una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, y esto por el conocimiento personal y salvador del Señor Jesucristo. Esta realidad nos ha arrojado a recursos que son de otra esfera, distinta y a veces contraria, a los meros aparejos y estructuras temporales. Por lo cual, el creyente ha sido sacado, de muchas maneras, de ese molde común de donde el ser humano natural saca sus alegrías, tristezas, frustraciones, miedos y esperanzas. De hecho, la vida que ahora vivimos, la vivimos en la fe del Hijo de Dios. Nuestra gloria es una cruz, nuestra ciudadanía es una que está muy por encima de lo natural, nuestra verdadera patria no ha sido construida por manos de hombres, y nuestra constitución, a saber, los principios por los que nos manejamos, viene con el sello de la divinidad y no de la humanidad caída.
Por este motivo, el creyente, sacado en cierto sentido, de la vida común, de la normalidad, y más aún, de la “nueva normalidad”, debe resistirse a que cualquier elemento del mundo temporal sea la causa de la manera como vive. El Hijo de Dios debe andar en una continua resistencia a que algo que provenga de las cosas de este mundo, le ponga una sonrisa en el rostro y tranquilidad en el corazón; tal y como debe resistirse a que el mismo mundo le ponga sobre su conciencia los motivos de su temor, frustración y prevención. Solo Dios es Señor de la conciencia, y solamente Él es quien debe poner los apremios necesarios para vivir bajo ellos, y como creyentes jamás debemos rendir nuestra mente, ánimo, afectos y pensamientos, a lo que el mundo quiere que pensemos, digamos y temamos.
No hablo de una resistencia al estilo del mundo, pero el creyente debe aprender a rebelarse en contra de lo que el mundo dicta en sus variadas maneras. Los creyentes no deben moverse al vaivén de este mundo y temer sus temores y alegrarnos con sus alegrías. Nos debemos resistir a resentirnos de miedo con el próximo decreto restrictivo en esta epidemia, resistirnos a dejarnos quebrar el ánimo, la esperanza, el buen ánimo y la buena conciencia, tantas veces como el virus se acera que amenazante, frustrarnos o regocijarnos por el nuevo decreto inmoral aprobado por una nación, o por quién será o no el próximo mandatario, tan importante como sea Erasto a nivel de lo temporal. No deseamos que si el virus se aleja, riamos, si se acerca, lloremos. Nos resistiremos a que si el país está en buenas manos nos tranquilicemos y si está en malas manos, nos dé pánico. Esta capacidad de mover el corazón, la mente y los afectos, es propio de Dios quien es el único Señor de nuestra consciencia. Solo temeremos al Señor, Él es nuestra esperanza, gozo y fortaleza; su lejanía nos hiere y su cercanía nos regocija, no el virus, no una restricción, no una enfermedad, ni un decreto, no una ley, no un rey.
Y es que en el Calvario, Cristo nos dio ese fundamento para vivir. Fue su obediencia al Padre y su ánimo voluntario a salvar a su pueblo de sus pecados, lo que debe ser el motivo de contemplación del creyente y el motor de su vida. Jesucristo, y este crucificado como sustituto, debe ser el eje de nuestra vida. “Y por todos murió, para que los que vivan”, dijo el apóstol “ya no vivían para sí sino para aquel que murió y resucitó por ellos”. Es fácil hacer hoy día del virus nuestro eje, el que nos dicta qué hacer, cómo, cuándo y si nos alegramos o no. Es muy tentador modificar nuestro ánimo, principios y afectos, dependiendo quien está o no en el poder. Pero eso es potestativo del dueño de nuestras almas. Hoy el virus puede aumentar su vigor, mañana ser mitigado; hoy el poder lo ocupará un hombre recto, mañana uno tirano. ¿Y eso qué traerá sino asuntos temporales que perecen cuando vengan otros? Pero los creyentes jamás habrán rendido su conciencia a estas contingencias pues el Objeto de su adoración, temor y esperanza, es el mismo ayer y hoy y por los siglos.
En ese santuario de la conciencia, solo Dios es el Señor, y los cristianos no deberíamos permitir que nada ni nadie, salvo Cristo, sea el eje y fundamento de ella.
Usado con permiso. Todos los derechos reservados.