Albert Mohler

El 3 de noviembre del 1921, J. Gresham Machen presentó un discurso titulado «¿Liberalismo o cristianismo?». En aquel famoso alegato, posteriormente ampliado y convertido en el libro Cristianismo y Liberalismo, Machen argumentó que el cristianismo evangélico y su rival liberal eran, en efecto, dos religiones sumamente distintas.

Su afirmación se convirtió en una de las cuestiones polémicas que formaron parte de las controversias fundamentalistas/modernistas de la década de 1920 y más allá. En realidad, Machen tenía toda la razón: el movimiento que se autodenominó cristianismo liberal estaba destrozando las doctrinas fundamentales de la fe cristiana, mientras seguían afirmando que el cristianismo era «una forma de vida» y un sistema de significado.

«El principal rival moderno del cristianismo es el “liberalismo” —declaró Machen—. Por tanto, el liberalismo moderno ha perdido de vista las dos grandes presuposiciones del mensaje cristiano: el Dios viviente y el hecho del pecado», argumentó. «La doctrina liberal de Dios y del hombre son diametralmente opuestas al criterio cristiano. Sin embargo, la divergencia no solo concierne a las presuposiciones del mensaje, sino a este mismo».

Howard P. Kainz, catedrático emérito de filosofía en la Universidad de Marquette, ofrece un argumento similar, y advierte que en estos momentos es el liberalismo secular moderno el que se postula como gran rival del cristianismo ortodoxo.

«Si observamos la división básica de la cultura estadounidense —señala Kainz—, el mayor fragor de la batalla ocurre cuando los creyentes religiosos tradicionales chocan con ciertos liberales que están religiosamente comprometidos con el liberalismo secular».

Kainz ofrece aquí una perspectiva crucial. Sugiere que uno de los factores más importantes en la división cultural de la nación consiste en que las personas de ambos bandos están profundamente comprometidas con sus propios credos y cosmovisiones, aunque, en uno de ellos, dichas creencias sean seculares.

«Esto explica por qué suele ser fútil hablar con ciertos liberales sobre el aborto o el “matrimonio” entre personas del mismo sexo, por ejemplo. Es como intentar persuadir a un musulmán comprometido para que acepte a Cristo. Al ser algo que su religión prohíbe, solo podría llevarlo a cabo convirtiéndose del islam al cristianismo; no puede aceptar a Cristo mientras permanezca firmemente comprometido al primero. Esto es lo que ocurre con los liberales sólidamente convencidos: su “religión” prohíbe cualquier concesión al programa “conservador”, y, mientras sigan atados a su ideología secular, en vano esperaremos de ellos tales consentimientos».

El argumento de Kainz no solo tiene similitudes con las observaciones de Machen sobre el escenario teológico, sino también con la forma en que Thomas Sowell entiende la cultura más amplia. Como alegó en Un conflicto de visiones, la división ideológica básica de nuestro tiempo se halla entre quienes sostienen un «criterio obligado» y los que defienden una «visión sin restricciones». En las operaciones actuales de la vida, ambas cosmovisiones se reducen a ciertas «intuiciones» que funcionan de forma muy parecida a las convicciones religiosas.

Kainz concede que algunos se resistirán a su designación del secularismo como religión. Reconoce: «En el sentido más común y usual, la religión connota dedicación a un ser —o seres— supremo». Sin embargo, insiste: «En los últimos siglos, sobre todo, la “religión” ha adquirido unas connotaciones adicionales de dedicación a los principios abstractos o los ideales en lugar de a un ser personal». Kainz fecha el surgimiento de esta religión secular en la época de la Iluminación francesa (también llamada «edad de la razón») y su idólatra adoración de la razón.

Si miramos en retrospectiva al siglo pasado, Kainz argumenta que el marxismo y el liberalismo ideológico han funcionado como sistemas religiosos para millones de individuos. Centrándose específicamente en el marxismo, Kainz alega que esta religión tenía dogmas, escrituras canónicas, sacerdotes, teólogos, observancias rituales, congregaciones parroquiales, herejías, hagiografías (la vida de los santos) y hasta una escatología. Los dogmas eran sus enseñanzas básicas, incluido el determinismo económico y la «dictadura del proletariado». Sus escrituras canónicas abarcan los escritos de Marx, Lenin y Mao Tse Tung. Sus sacerdotes eran los guardianes de la pureza marxista que funcionaban como teóricos ideológicos del movimiento. Entre sus observancias rituales se hallaban actos que iban desde las huelgas obreras hasta las concentraciones en masa. La escatología del marxismo consistía en sentirse realizado con la apariencia del «hombre comunista» y la utopía de la nueva era del marxismo.

De manera similar, Kainz afirma que el liberalismo secular moderno incluye sus propios dogmas. Entre estos se hallan las creencias de que «la humanidad debe vencer la superstición religiosa mediante la razón; esa ciencia empírica puede acabar respondiendo —y lo hará— todas las preguntas sobre el mundo y los valores humanos que antes estaban relacionados con la religión o la teología tradicionales; y que por medio de la invalidación constante y el desprecio por las tradiciones, que son un obstáculo, la raza humana puede lograr, y logrará, la perfectibilidad».

Asimismo, alega que el liberalismo contemporáneo ha tomado cosas prestadas del Nuevo Testamento, de un modo selectivo, convirtiendo el consejo de «dar al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios» como fundamento del «secularismo absoluto» consagrado en el lenguaje de un muro que separa la Iglesia y el Estado. De este modo, «la religión queda reducida a algo puramente privado».

El liberalismo secular identifica también ciertos pecados como la «homofobia» y el sexismo. Tal como lo ve Kainz, las escrituras seculares se dividen en dos amplias categorías: «Los escritos darwinistas y cientificistas que abogan por las explicaciones materialistas y naturalistas para todo, incluida la moral, y los escritos feministas que manifiestan lo “malo” del patriarcado y que rastrean la explotación machista de las féminas a lo largo de toda la historia hasta llegar al presente».

Los sacerdotes y sacerdotisas del liberalismo secular incluyen los desfiles del «orgullo gay» y las concentraciones proaborto. Curiosamente, la escatología de este movimiento es, según argumenta Kainz, la destilación del pragmatismo. «En la estimación de lo religiosamente liberal —afirma—, todos los estilos de vida y todas las moralidades pueden aproximarse a esta meta, siempre que se eviten los proscritos “pecados” intolerantes».

Kainz admite sin reparos que no todos los liberales están comprometidos con esta visión religiosa de liberalismo. Tal como él lo ve «hay mucha gente que trabaja por la justicia social, los derechos humanos, la solidaridad internacional y otras causas que, por lo general, se consideran liberales sin un compromiso ideológico profundo». Su opinión es que los conservadores pueden encontrar una causa y un terreno común con estos liberales no comprometidos religiosamente.

«Para muchos liberales “moderados”, el liberalismo es una perspectiva política y no una ideología básica —señala—. En la guerra de la cultura es importante que los cristianos distingan entre el liberal religiosamente comprometido y el liberal moderado. En primer lugar, los cristianos no deberían sorprenderse si no encuentran un terreno común con el primero. Pueden formar alianzas ocasionales, aunque solo sean temporales, con el segundo».

El artículo de Kainz «Liberalism as Religion: The Culture War Is Between Religious Believers on Both Sides» [El liberalismo como religión: la guerra de la cultura es entre creyentes religiosos de ambos lados] aparece en la revista Touchstone, edición de mayo del 2006. Su análisis es realmente útil para comprender el choque de las posturas, las políticas, las convicciones y los criterios que marcan nuestra escena contemporánea.

Aunque Kainz no desarrolla este punto, todas las personas están, a su manera, profundamente comprometidas con su propia cosmovisión. No existe posibilidad intelectual de un valor absoluto de neutralidad, al menos no entre los seres humanos.

Concebir nuestro conflicto cultural presente como una lucha entre dos religiones rivales resulta instructivo y es una lección de humildad. A nivel político, esta valoración debería servir para advertirnos que, probablemente, nuestras divisiones ideológicas actuales no desaparecerán a corto plazo. En el nivel más profundo del análisis teológico, este argumento sirve para recordar a los cristianos que el evangelismo sigue siendo fundamental para nuestra misión y nuestro propósito. A quienes apuntan a lo meramente político, los árboles le están tapando el bosque, y están confundiendo lo temporal con lo eterno.

¿Dos religiones rivales? Machen tenía razón entonces, y la sigue teniendo hoy. La verdadera lucha se desarrolla entre el cristianismo y el postcristianismo.

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