Arthur Pink

El Apóstol se regocijaba en «la gloria que habría de ser revelada en nosotros». Todavía no somos capaces de comprender todo lo que esto significa. Pero se nos ha dado más de un adelanto.

Habrá:

La «gloria» de un cuerpo perfecto. En aquel día la corrupción se vestirá de incorrupción y esto mortal, de inmortalidad (1 Corintios 15:49). El contenido de esas expresiones se halla resumido y ampliado en Efesios 3:20, 21: «Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, a Él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén».

Habrá la gloria de una mente transformada. «Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido» (1Corintios 13:12). ¡Oh, qué brillante esfera de luz intelectual será cada mente glorificada! ¡Qué dimensiones de luz abarcará! ¡Qué capacidad de entendimiento gozará! Entonces todos los misterios serán resueltos, todos los problemas solucionados, todas las discrepancias reconciliadas. Entonces se verá más transparentemente clara y resplandeciente que el mismo sol cada verdad de la revelación divina, cada evento de su providencia, cada decisión de su gobierno. ¿Acaso tú, en tu búsqueda actual por sabiduría espiritual, te lamentas por la oscuridad de tu mente, la debilidad de tu memoria, las limitaciones de tus facultades intelectuales? Entonces regocíjate en la esperanza de la gloria que será revelada en ti, cuando todos tus poderes intelectuales serán renovados, desarrollados y perfeccionados de tal manera que conocerás como ahora eres conocido.

Mejor aún, habrá la gloria de una perfecta santidad. La obra de la gracia de Dios en nosotros será entonces completa. Él ha prometido «perfeccionar aquello que nos concierne» (Salmo 138:8). Entonces se consumará nuestra pureza. Hemos sido predestinados a ser «conformes a la imagen de su Hijo» (Romanos 8:29) y cuando le veamos, «seremos como Él» (1 Juan 3:2). Entonces nuestras mentes no serán profanadas por imaginaciones malignas, nuestras conciencias no serán ya manchadas por el sentido de culpabilidad, nuestros afectos no serán engañados por objetos indignos.
¡Qué maravillosa perspectiva es ésta! ¡Una «gloria» a de ser revelada en mí, que ahora casi no puedo reflejar un solo rayo de luz! En mí – tan descarriado, tan indigno, tan pecador; viviendo en tan poca comunión con Él que es el Padre de las luces! ¿Podrá ser que en mí se revele esta gloria? Así lo afirma la infalible Palabra de Dios. Si soy hijo de la luz—porque estoy «en Él» que es el esplendor de la gloria del Padre—aún ahora morando entre las tinieblas del mundo, un día yo opacaré el esplendor del firmamento. Y cuando el Señor Jesús regrese a esta tierra, Él «será admirado en todos los que creyeron» (2 Tesalonicenses 1:10).

Por último, el Apóstol pesó aquí los «sufrimientos» del tiempo presente contra la «gloria» que será revelada en nosotros, y mientras lo hacía declaró que uno no vale la pena compararse con la otra. Uno es terrenal, la otra celestial. Uno es transitorio, la otra eterna. Al igual que no hay proporción entre lo limitado y lo infinito, asimismo no hay comparación entre los sufrimientos de la tierra y la gloria del cielo.

Un segundo de gloria sobrepujará toda una vida de sufrimientos. ¡Qué significan los años de trabajo, enfermedad, de luchar contra la pobreza, de pesadumbre en cualquier forma, cuando se compara con la gloria de la tierra de Emmanuel! Un sorbo del agua del río del placer a la diestra de Dios, una bocanada del aire del Paraíso, una hora entre aquellos lavados con su sangre alrededor del trono, compensarán todas las lágrimas y los lamentos de la tierra. «Ya que creo que los sufrimientos de este presente tiempo no son dignos de compararse con la gloria que será revelada en nosotros». Ojalá que el Espíritu Santo capacite a todo escritor y lector a comprender esto con fe y que pueda vivir poseyéndolo y disfrutándolo para la alabanza de la gloria de la divina gracia.

Traducido por Magda Fernández. Reservados todos los derechos.

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