En estos tiempos en que es tan difícil para muchos hogares llegar a fin de mes, qué fácil es dedicarle una atención primordial o excesiva a cubrir las necesidades materiales. Es cierto que para mantener el alma unida al cuerpo hay que comer. ¡Pero qué trágico es tener un alma muerta unida a un cuerpo vivo!
Fue por esta razón, sin duda, que Nuestro Señor pronunció aquellas memorables palabras: “No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt. 4:4); palabras que denotan un notable equilibrio, pues Él no dice: “No de pan vivirá el hombre”, sino: “No solo de pan”. El famoso Spurgeon expresaba admirablemente este equilibrio cuando aconsejaba que si alguien daba un folleto a un mendigo, se lo diera envolviendo un bocadillo.
En la práctica, sin embargo, parece que duele más un estómago vacío que un alma vacía. Quizá esa sea la razón por que algunos cristianos pueden pasar semanas o hasta meses sin llevarse un buen bocado espiritual a la boca de su alma. Y puesto que, aparentemente, no muestran síntomas de anemia espiritual, creen estar en perfectas condiciones para afrontar todas las demandas espirituales que se les presenten.
Pero al igual que un chequeo médico pone al descubierto enfermedades que no han mostrado aún sus síntomas, así también, estos creyentes desnutridos espiritualmente se dan cuenta de su estado enfermizo cuando se ven confrontados por la tentación o la prueba y caen derrotados miserablemente ante el enemigo: a veces, demasiado tarde.
Querido lector, aliméntate del pan de cada día que Dios te da, pero no descuides nutrirte también de la Palabra de Dios (“Vivifícame conforme a tu palabra”—Sal. 119:107—oraba el Salmista).
Cortesía de D. Cánovas, Derechos Reservados ©2010. Usado con permiso.





